El ámbar es la resina fosilizada de los pinos ya extinguidos que florecían hace 40 o 60 millones de años.
El color de este mineral es amarillento, puede ser opaco o semitransparente.
También existe el llamado ámbar gris, que tiene origen animal y es de color gris con franjas negras o amarillas; se encuentra en pequeñas masas sobrenadando en el mar cerca de Sumatra, Madagascar, etc.
Hay muchas versiones distintas sobre el origen del ámbar en diversas culturas. Por ejemplo, los antiguos chinos creían que el ámbar era el alma de los tigres, que tras su muerte se introducía en la tierra. Otra antigua leyenda dice que el ámbar está formado por trozos del Sol, los cuales hace mucho tiempo se desprendieron de éste cuando en un ocaso se introducía en el mar.
Los nórdicos de Europa pensaban que el origen del ámbar eran las lágrimas de la diosa Freya, que se convertían en oro si entraban en contacto con la Tierra y en ámbar si caían en el mar. Los griegos consideraban al ámbar como el producto de las lágrimas de las Heliadas, ninfas del sol que lloraban la muerte de su desdichado hermano Faetón, que pereció al intentar conducir por los cielos al carro del sol.
Si frotamos una pieza de ámbar podemos comprobar que ésta es capaz de atraer pequeños trozos de papel debido a que tiene la propiedad de generar fácilmente una carga de electrones (partículas negativas) en forma de corriente electrostática.
Los romanos consideraban a esta sustancia como protectora ante todo tipo de animales, incluso de bestias salvajes.
En la actualidad se reconoce a esta resina la propiedad de ayudar a la curación de infecciones menores, dolores de garganta, problemas respiratorios y el asma.
Se puede usar también como incienso purificador si lo quemamos.
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